Andrés Rodríguez González Febrero 11th, 2020
NATURALISTAS EN LA SERRANÍA DE RONDA
Isidro García Cigüenza
“Isidro el maestro y su burra Molinera”
¿Por qué motivo te pusieron tus padres ese nombre?
Porque nací precisamente el día de San Isidro Labrador. En mi familia era la costumbre de mirar el calendario y poner a los hijos la onomástica que correspondía. ¡Menos mal que no fui a nacer el día de Santa Ana!
¿Cuál es tu fecha y lugar de nacimiento? Describe brevemente tu hogar de la niñez y el ambiente en que creciste.
Si digo mi fecha de nacimiento, así, sin más, no tendría demasiada gracia la cosa. Siguiendo la costumbre inveterada de la Serranía responderé como me respondió aquel a quien le pregunté cual era la duración de la vida de los burros: “un vallao dura tres años; un perro, lo que tres vallaos, un burro, lo que tres perros y un hombre, lo que tres burros, siempre chispa más o menos –me dijo, para que lo adivinara. Así, y siguiendo con la chanza. diré que en el comienzo de los años sesenta, yo contaba con ocho años, y en los setenta, con dieciocho. ¿En qué año nací?
Me parieron –mi madre y la partera que la atendió- en un pueblo de la Riojilla burgalesa: Belorado. Mis padres eran labradores, complementando el oficio con el cuidado y engorde para su consumo y venta de gallinas, conejos, cerdos, vacas, ovejas, patos y demás ganadería doméstica. Éramos seis hermanos (yo casi el más pequeño) y mi casa, con tanta gente, generaba un ambiente de permanente actividad, colaboración y acontecimientos sorprendentes, por lo inesperados.
Cuenta algo de tu padre (su nombre, fecha y lugar de nacimiento, sus padres, etc.). Y algunos recuerdos especiales de él.
Mi padre, Lorenzo, pertenecía a esa casta de castellanos viejos, en los que el amor al trabajo, la formalidad en el trato, la lealtad con los amigos y el ahorro fueron fundamentales. Por encima de todo estaba su oficio de agricultor que conocía, sufría y disfrutaba con auténtica pasión. La adquisición de tierras, su mejoría y puesta en producción a partir de las herramientas, abonos y maquinaria que fueron surgiendo a lo largo del tiempo fue siempre la meta de su vida.
Y algo de tu madre.
Mi madre, Concha, era el paradigma de una mujer con una familia numerosa sobre la que recaían el cuidado, educación y porvenir de sus hijos. Luchadora por lo suyo y generosa con los demás antepuso siempre el bienestar de los que la rodeábamos al propio. De los ahorrillos que sacaba con la venta de la leche, de los lechoncillos, de los huevos y demás… es como fue sacando el dinero suficiente para, como se solía decir, darnos carrera a los que decidimos salir a buscarnos la vida fuera del domicilio familiar. Su visión ecléctica de los sucesos y situaciones por los que fue pasando: república, guerra civil, guerra mundial, dictadura, democracia… le hizo adoptar una filosofía de vida muy primaria, pero funcional: “hay que saber la aguja variar”, nos decía. La verdad es que nunca supe si, políticamente era de derechas o de izquierdas, si republicana o monárquica, si religiosa o atea. Sin embargo, a mí personalmente, me imbuyó, con su carácter abierto, el amor al terruño, al mundo de las letras, al gusto por la estética y la creación artística. Eso y una visión muy particular de la dignidad: “En la calle hay que dar más envidia que pena”, me decía cuando me veía salir de la casa un tanto decaído.
¿Influyeron mucho en ti?
Absolutamente. Es verdad que mi vida y oficio difiere totalmente del de ellos. Pero el carácter, amén de los valores y principios morales que me sustentan son enteramente los suyos. No hace muchos días, por poner un ejemplo sencillo, cuando realizaba a pie y del ronzal de mi burra Molinera, una mis travesías por tierras andaluzas, estando preparándome para pasar la noche en un campo desierto y un tanto inhóspito me di cuenta de lo familiar y afectuoso que me resultaba dormir en el suelo: su olor me traía sensaciones infantiles familiares, procedentes sin duda del amor que mis padres y hermanos mayores me inculcaron siempre por la tierra, fuera esta silvestre, cultivable, dócil o agresiva.
¿Qué clase de dificultades o tragedias afrontó su familia durante tu infancia?
No, gracias a Dios, como suele decirse, desgracias no tuvimos ninguna, como no fuera un pedrisco que arruinó un año toda nuestra cosecha de cereal. Dificultades…, las propias de una casa donde el trabajo (con tanto quehacer) era abrumador. Sin embargo, la bendición que supone pertenecer a una familia numerosa, dirigida por una madre amorosa y la vigilancia férrea y ejemplar de mi única hermana (la mayor de todos) convirtió el sacrificio y el trabajo diarios en algo habitual y lúdico al mismo tiempo. Se trataba de vivir intensamente y de una forma absolutamente natural. Suelo contar la anécdota de que yo nací de entre las patas de nuestra vaca Blanquilla. Y es que, embarazada de mí y a punto de dar a luz, mi madre prefirió atender el parto de la becerra que venía de camino, que al suyo propio. Y es que en mi casa, tan apreciado era el nacimiento de un ser vivo que nos habría de aportar leche y alimento para todos, que, como digo, el propio.
Describa algún aspecto que le llama la atención sobre cada uno de tus hermanos.
¡Ufff! Recientemente y a propósito del fallecimiento de mi madre, llevé a cabo la realización de un Obituario, donde cada hermano hablábamos de nuestros propios recuerdos, sensaciones y sentimientos, a partir de sucesos, formas de vida y trabajos comunes. Leyéndolo, parece como si, a partir de las impresiones particulares que cada uno manifiesta, hubiésemos vivido en familias distintas, aunque con un denominador común: el trabajo. Las distintas edades que teníamos cada uno nos llevó en su momento a asumir responsabilidades también distintas. Así, y llevándolo a puros términos económicos, el valor añadido aportado por los más mayores a la herencia común, supera en más de mil veces las que pudimos aportar los más pequeños. Mi gratitud hacia ellos es tan inconmensurable que, hasta hace pocos años, mis vacaciones veraniegas las dediqué por entero a ayudarles en sus tareas y obligaciones agrícolas. Con todo, y por encima de todo, mi hermana “Agus”, ocupa el lugar más preferente y emotivo de mis relaciones fraternales. A ella, a su constancia, paciencia y fe en mi, le debo lo que tengo y lo que soy.
¿Qué tradiciones familiares recuerdas?
En el Norte de España, como en el resto supongo, la tradición, el amor al terruño, el afecto hacia el patrimonio común y las tradiciones de antaño es algo que imprime carácter. Llevo cuarenta años aquí en la Serranía de Ronda y cuando entono una serrana, un fandango o una guajira, es habitual que la remate “por jotas”. Es un ejemplo. Como dice la copla: “No sé qué tiene la jota, madre, que hace llorar a los viejos y alegra a la gente moza”. De hecho, tengo dejado a mis hijos el encargo de que cuando me muera, y justo en el momento del entierro, se escuchen dos canciones: la serrana aquella que dice: “El aire de la sierra viene, frío y cortante…” y la jota que comienza con aquello de “Por qué los labradores vienen cantando…” Ellos se lo toman a broma y se ríen de mí, “Haremos lo que nos dé la gana”, apostilla mi mujer.
¿Tenía tu familia una manera particular de celebrar los días festivos?
Los chupinazos de las fiestas de Acción de Gracias, allá por septiembre; el toque a misa mayor de la campana grande de la Iglesia parroquial,; el otro más sutil y cadencioso del campanil de las monjas de clausura, cuyo monasterio de Las Clarisas, se hallaba cerca de mi casa, y tantas otras manifestaciones…, imponían en nuestras vidas infantiles el calendario festivo. En esos días los sentidos de la vista, olfato, gusto, oído y tacto parecían agudizarse y, al día de hoy no hay imagen festiva, sabor gastronómico, sensación olfativa o sonido musical que no se me representen justo cuando llegan esas fechas festivas esté o no esté yo en mi pueblo de origen
¿A qué escuela asististe? ¿Cómo fue tu experiencia en la escuela?
A la Escuela Nacional de Niños como, en mi pueblo, todo hijo de vecino. Hechos significativos recuerdo los himnos fascistas del “Cara al sol” o “Prietas las filas” que bajo la héjira de la Falange debíamos cantar cada mañana apenas entrábamos. También aquellos “tanques” de leche en polvo que nos repartían en los recreos, fruto –como he sabido después- de la “generosidad americana”; las tardes somnolientas de invierno dentro de las aulas, viendo llover o nevar tras los gigantes ventanales de las aulas; y, por encima de todo, las gozosas salidas a casa, por las tardes, que siempre tenían como colofón el juego de canicas bajo los soportales de la plaza, los resbalones en el barro de las laderas cercanas; o las batallas (a bolazo de nieve meado) que organizábamos los de mi barrio de San Nicolás, contra los del Barrio Alto del Corro por ver quién conquistaba, las ruinas del Castillo medieval que aún resiste, en pie como sigue, el paso de los siglos.
¿Cuáles eran tus materias favoritas? ¿Por qué?
Mis materias favoritas eran mis propios compañeros de clase. De las asignaturas, ni me acuerdo. Recuerdo perfectamente las caras, los caracteres, las dotes de mando y travesuras de los treinta y pico que conformábamos la clase. Aunque lo sabíamos todo de todos, aquel microcosmos infantil era lo mejor que teníamos: compañeros de fatigas, de alegrías, de travesuras, de iniciación a la vida, de sentirte importante dentro del grupo… Allí, en el aula, y a través de mensajitos voladores en forma de bolitas de papel o en el patio de recreos organizábamos las actividades más apasionantes que llevaríamos a cabo a la salida, los domingos por la tarde o durante las vacaciones de verano: pescar en el río, ir en bici al pueblo cercano, echar un partido de fútbol, escondernos en la chopera esperando a nuestras novias o fabricarnos casas de madera donde, apiñados, dábamos buena cuenta de los cigarrillos y alguna bebida alcohólica comprados a escote. ¡Eso sin contar –llegado su tiempo de maduración- con los asaltos nocturnos al cerezo de un vecino; al ciruelo –cargadito de ciruelas de “huevo-fraile”- de aquel otro, o, en el más arriesgado de los casos, algunos huevos de gallinas ponedoras la noche de San Juan!
¿Qué materias no te gustaban? ¿Por qué?
Mi problema con las materias que se impartían era que, en vez de aprenderme las lecciones de memoria, como era preceptivo, yo siempre le sacaba la punta y no aceptaba, sin más, lo que en ellas se afirmaba. Así, si era en Lengua Castellana, siempre estuve en contra del análisis gramatical y ello porque seguía la máxima del poeta cuando decía: Fijáos mejor en lo que digo y no en cómo lo digo”. En matemáticas me ocurría una cosa parecida: ¡jamás llegué a comprender la también máxima aquella de que “los ceros a la izquierda no cuentan para nada”. Con el tiempo he llegado a entender el porqué de mi disentimiento y es que yo me ponía en el lugar de la pizarra y lo que para el maestro era la izquierda, yo entendía que debía de ser la derecha, con lo que los ceros sí contaban ¡ya lo creo que contaban! Con todo, lo que más me enfadaba no eran las materias que se impartían, sino los propios maestros: desde el que teníamos asignado, hasta el director o el cura que nos daba aquellas clases de religión tan insoportables. Una sola cosa tenían de divertida su persona y era las travesuras que a que daban pie por nuestra parte y que consistían en meterles bichos en los cajones de su mesa, romperles la regla con la que nos pegaba– simulando su entereza a base de mocos prensados o, directamente, huyendo de él saltando por la ventanas… Únicamente recuerdo un momento feliz de mi estancia allí, y fue en Parvulitos: el día en el que la maestra nos sacó al frontón del patio de recreo para, colocados en círculo, romper la hucha del negrito aquel de barro, donde echábamos nuestros ahorritos, y con destino a las misiones.
¿Tienes algún maestro que influyera especialmente en ti?
Ya en el Instituto, influyó para bien –pues me enseñó justo lo que no se debe hacer- un profesor que tenía la mala costumbre de levantarnos del asiento agarrándonos por las patillas o, de manera totalmente violenta, cortar la animada y secreta conversación que manteníamos con el compañero de pupitre, a base de , por detrás quemarnos algún dedo de la mano con la punta de su cigarrillo encendido. También aproveché –esta vez para bien-, la forma que tuvo de explicarnos lo que era una metáfora: “Entre todos ustedes no reunís ni tan siquiera un átomo de eso que se llama inteligencia” –nos espetó un día.
¿Qué amigos tienes de la escuela?
Resulta una delicia acudir hoy al llamado “Día de los Quintos”, esa fiesta que celebramos cada cierto tiempo los del mismo pueblo y la misma edad; y revivir en amor y compaña las sensaciones y recuerdos de los que hablo. ¡Aún es posible , volverlos a disfrutar y ello, a pesar de que muchos de aquellos amigos se muestran ausentes o no es posible dar con ellos! ¡Qué caminos y qué destinos tan distintos hemos cogido cada uno! ¡Cómo han cambiado nuestras fisonomías: pero, si más que a nosotros mismos, me parece estar viendo a los padres de cada uno, cuando éramos niños! ¡Por cierto que, en la última celebración, se me acercó una muchacha, que, casada, vive en Alemania y me dio un par de sonoros besos,: “¿No te acuerdas, Isidro? ¡Si jugábamos mucho a los médicos y a ver qué escondíamos cada uno debajo de los pantalones y de las braguitas!” “¡Si nos hicimos hasta novios!”. ¡A fuer de sincero diré que, revivir esas historias me provoca sonrojo todavía!
-¿Desde entonces hasta tu llegada como maestro a Andalucía, qué épocas más señaladas describirías?
La juventud, es decir desde los 10 a los 18 años, la pasé enjaulado. Dentro de una jaula de oro, es verdad, pero, a fin de cuentas, encerrado entre barrotes. En Castilla, como en el resto del país, y allá por los años 60 la única manera de seguir estudiando y buscarte un porvenir fuera del pueblo (de seis hermanos que, solamente dos eran necesarios para llevar la agricultura) era yéndote a un internado de curas o frailes. Además de una salida económicamente viable para nuestros padres, existía la creencia de que cada familia numerosa debía de aportar uno o dos de sus miembros al servicio de Dios y de su Iglesia. Eran los famosos reclutamientos que realizaban las distintas órdenes religiosas por los pueblos “reclutando” niños y llevándoselos –con la disculpa de darles estudios- a los lugares más insospechados. A mí me tocó a Valladolid y con la Orden de los Marianistas (los mismos que –hipócritamente- detentan la propiedad del Colegio El Pilar, en el Barrio de Salamanca de Madrid, y de donde salieron muchos de los dirigentes políticos y financieros de la España de décadas posteriores).
Después de tener que descubrir, y aún reivindicar, el derecho a ser joven y libre, y a vivir al margen de adoctrinamientos religiosos, es como conseguí escapar de allí, aún a pesar, como digo, de haber estado allí muy a gusto (hasta que la situación se volvió insostenible, evidentemente).
Sea como fuere, mi vocación de maestro estaba definida y sería lo que me daría fuerzas para continuar superando los avatares que me quedaban por pasar: fase agnóstica en cuanto al sistema filosófico y de creencias se refiere; fase de concienciación política (coincidente con el final del franquismo), compromiso social (a partir de las distintas situaciones laborales por las que pasé); conciencia internacional (como respuesta a mis viajes al extranjero en busca de mejora profesional y salarial). ¡Y eureka! ¡Maravilla de las maravillas! Fue precisamente en una de estas experiencias, en Ginebra (Suiza), donde descubriría la magistral obra de “El Emilio”, de Jean Jacques Rousseau, así como la de los padres-madres de la Pedagogía Moderna), que me orientarían, personalmente a cerca de la didáctica naturalista y libertaria que adoptaría yo de allí en adelante.
¿Dónde ejerciste de maestro por primera vez?
A raíz de sacar las oposiciones de magisterio, allí en Bilbao (apoyado siempre por mi hermana, a la que, como decía, tanto quiero y tanto debo…) fui destinado primero al pueblo costero de Lekeitio y, a continuación, al agrícola de Guizaburuaga, ya en el interior y próximo a Markina y Guernika. Mi experiencia en ambos lugares fue del todo excepcional. Primero por la toma de conciencia profesional de que, al estar en zona plenamente euskaldún, (no quería convertirme en un maestro nacional, colonizador y al servicio de intereses centralistas); a continuación por hallarme en medio de una situación política y social de lo más tenebroso y contradictorio (los años en que policías y etarras morían y mataban de la forma más inhumana imaginable); y por fin, con unos alumnos con los que vivir la experiencia pedagógica de la inmersión cultural, la investigación y el desarrollo lúdico-personal (en aquellos momentos ya pertenecía al MCEP (Movimiento Cooperativo para una Escuela Popular). Con la perspectiva que dan los años, puedo afirmar que me siento orgulloso de la actitud llevada a cabo, que dio como fruto un afecto, respeto y admiración mutuas, tanto por parte de padres y alumnos hacia mi trabajo, como por la mía propia hacia su interés y participación positivas).
El vivir en el pueblo, El Colmenar-Estación de Gaucín (Málaga) ¿Ha influido en que tu vida sea absolutamente diferente a si hubieras vivido en otro sitio?
Cuando, por falta de alumnos suficientes para mantener abierta aquella escuelita (unitaria por cierto y en la que los niños de infantil llegaban sin saber nada de castellano) me vi en la tesitura, muy a pesar mío, de tener que moverme de localidad. Es aquí, y en connivencia con mi compañera María, decidimos venirnos a Andalucía y más concretamente a Granada, donde se hallaba un grupo de profesores, seguidores de la Pedagógía Freinet, y que trabajaban modélicamente todos los métodos que éste y otros educadores (Montessori, Pestalozi, Sumerhill… etc.) habían puesto en vigor: la imprenta, el texto libre, la investigación del medio, la asamblea, etc., etc. Sin embargo, no fue posible obtener ese destino y, bien al contrario, me mandaron a la punta más occidental de la provincia de Málaga, a la Serranía de Ronda. El cambio fue bestial.
¿Te sientes maestro vocacional?
No sé exactamente lo que significa “vocacional” , pero sí puedo afirmar que me he dedicado a mi profesión (lo mismo que lo haría un buen agricultor, un carpintero o una doctora) en cuerpo y alma. Que he procurado no traicionar los principios que me enseñaron mis maestros pedagógicos y que he intentado mejorar, ahora con mi experiencia y la participación activa de los niños, aquellos métodos y maneras. Y prueba de lo que digo es que al día de hoy (en que llevo teóricamente unos cuantos años jubilado) jamás he dejado de practicar mi profesión, intentando continuar mi labor en otros ámbitos educativos (además de los estrictamente escolares). La herramienta didáctica y persuasiva de que me valgo ahora, es una burrita, (sí, una burra de la raza asnal…) que me acompaña en todos mis quehaceres y proyectos e ilusiones. ¡Su compañía y el diálogo permanente que mantengo con ella, es la mejor manera que he encontrado de seguir manteniendo, también con los niños, un diálogo igual de constructivo y alegre!
¿Cuáles considera que son tus fortalezas o virtudes?
Mi fortaleza principal, tanto en cuanto a mi persona, como en lo referente a mi forma y manera de relacionarme con los demás, es la lealtad. Lealtad que significa conocimiento de mí mismo, del entorno donde vivo y conocimiento de los demás. También, respeto, compromiso y fidelidad para con todos ellos.
¿Cómo lo demuestras en la práctica?
En la práctica lo vengo demostrando con mi permanencia ininterrumpida, y durante casi cuarenta años, en el mismo lugar donde fui destinado como maestro, aquí en Andalucía. Este lugar, como podía haber sido cualquier otro, ha sido el objetivo principal de mi trabajo durante todos estos años. En consecuencia, conmigo han estudiado padres, hijos y, en la actualidad, hasta nietos de la mayoría de sus habitantes. Podemos decir así, que tanto ellos como yo, hemos seguido pasito a paso y día a día nuestra trayectoria personal.
¿Es que no tuviste ocasión de irte a tu tierra o cambiar de destino?
Ahí entra, precisamente, lo que te decía de la “Lealtad”. Lealtad hacia las personas, haciéndome responsable de su desarrollo intelectual y moral hasta el final de mis días; hacia el territorio: no dejando de profundizar en su conocimiento, amén de implicarme en la tarea dar a conocer a sus propios vecinos la riqueza patrimonial que guarda; y con respecto a mí mismo, de llevar a cabo aquellas enseñanzas Rusonianas (del pedagogo Rousseau), en lo que respecta a que la verdadera educación es la que se puede ejercer en un medio rural, rodeado de una naturaleza virginal y sorprendente, y con recursos didácticos abundantes e instructivos, como es el caso que nos ocupa aquí en la Serranía y, más aún en esta aldea que se llama Estación de Gaucín.
En tu magisterio en el pueblo ¿Cuáles fueron algunos de los desafíos que has tenido que enfrentar?
El principal desafío “al que me he tenido que enfrentar” –como tú dices- ha sido al de mis propias creencias y sobreentendidos. Hoy sé que para aproximarte a la impartición de una buena educación de aquellos que tienes como alumnos, el primer obstáculo con el que te las tienes que ver eres tú mismo, tus complejos de superioridad y esa misión profético-didáctica que das por hecho tienes asignada. Nada más equivocado. La educación, la verdadera pedagogía de la educación, empieza por la imperiosa necesidad de desnudarte ideológicamente; de, cuando llegas a tu destino, sentirte en la necesidad de arroparte con la mentalidad, recursos y soluciones que los propios individuos con los que tienes que trabajar, han generado a lo largo de cientos de años y de la experiencia de las generaciones que les preceden. Ellos y su entorno ya tienen conformados sus propias indagaciones y recursos, su propia forma de solucionar y salir airoso frente a las vicisitudes de la vida. Es ahí, en sus conocimientos, afectos íntimos y hasta carencias donde tiene sus raíces, donde radica, el principio de todo hecho educativo. Fíjate que, en este mundo rural en el que vivo, ¡y después de cuarenta años de permanencia en él! no he llegado a entrar en el corazón, y en el cerebro, de muchos de sus habitantes (muchos de los cuales han sido o siguen siendo arrieros) hasta que me han visto asido del ronzal de una burra, en precario y necesitado de su ayuda. Ha sido en ese momento, en el que me he visto obligado a abandonar por completo, como decía, mi status de profesor, de director, de sabelotodo, cuando ha comenzado la interacción entre nosotros: ellos, ahora como maestros míos, dándome consejos y maneras para poder llevar y gobernar la bestia como es debido, y yo mostrándome dispuesto a seguir sus lecciones y enseñanzas.
-¡Pero habrás tenido que seguir las directrices que, como funcionario, te marcaba la administración educativa: Asignaturas, Libro de texto, exámenes, etc., etc.!
-¡Qué remedio! Pero gracias a mi propia voluntad y a la independencia –o indiferencia- que me aportaba el propio sistema educativo es como he podido ir indagando primero, hallando recursos propios en el territorio, después; y dando la importancia que se merecían la moral y la cultura que subyacía en los vecinos del lugar es como he salvado ese inconveniente.
Durante todos estos años no he parado en hallar métodos didácticos como conjugar las enseñanzas debidas a las enseñanzas impartidas. Con los alumnos hemos indagado en maneras cómo aproximarnos al Entorno mediante multitud de investigaciones medioambientales; cómo acercarnos al Lenguaje, mediante el análisis de nuestro propio Habla, de nuestra riqueza lingüística y literaria; cómo a las Matemáticas, a partir de la comprensión de los procesos numéricos, del cálculo mental; de la Química, a partir de la transformación cerámica, a partir de las tierras, óxidos y carbonatos que nos ofrece el entorno; de la Geología, a partir de las lecciones que de manera magistral nos impartía nuestro propio paisaje; de Ciudadanía, mediante el análisis y reflexión del comportamiento de las personas más significativas de nuestra localidad, etc. ¡Eso sin contar con mis propias investigaciones y publicaciones en torno a diversos temas históricos, etnográficos y culturales propios de la Serranía y comarcas aledañas: Bandoleros, Arrieros, Brujas-sabias; Moriscos, Juegos Infantiles, Romances serranos, Camino Romántico, etc. etc.
Con quien o quienes ha sido más difícil trabajar en el magisterio, ¿Padres? ¿Alumnos?, ¿Compañeros?, ¿Administración educativa? ¿administración local?
Sin duda, con los propios compañeros profesores. Y no con todos, sino con los que por haber nacido aquí o cerca, veían que mi labor no se ajustaba a sus criterios y maneras… Sin duda, celos. Unos celos que me llevaban en ocasiones a situaciones ridículas, como aquél compañero que me reprochó el venir aquí a reírme de la forma de hablar de la gente cuando, en clase, lo que hicimos fue reunir el vocabulario peculiar de la zona, analizar su significado, origen, influencia en la ortografía y aplicarlo a contextos expresivos. Estos “celosos” de lo suyo, que a veces de manera muy agresiva se opusieron a nuestro trabajo, solicitaron en su día su traslado a zonas más populosas como puede serlo la Costa del Sol próxima… Aquí sigo yo, sin embargo, profundizando y dando el mérito que merecen a la gente y cultura serranas. Lealtad y Fidelidad, esos son los principios que me enseñaron mis padres y en que se basa mi comportamiento y forma de vida.
¿ Y tu cónyuge?
Mi cónyuge, como tú la llamas, es mi compañera del alma. Del alma y del cuerpo… evidentemente. Se trata de María Guillén Aguilera, empresaria ceramista y miembro activo del Movimiento de emancipación de la mujer rural. Promotora del asociacionismo para favorecer el emprendimiento empresarial femenino, y un montón de compromisos más. Lo dejó todo (cosa que provoca en mi cierto sonrojo y hasta vergüenza) por venirse a vivir juntos. Y, cuando digo “todo” me refiero a su puesto de trabajo en Madrid ( como funcionaria del Ministerio de la Marina), sus estudios (con la carrera de Magisterio ya concluida), su familia, amigas y forma de vida urbana (¡ahí es nada, Madrid!). Ambos encontramos, además del “amor”, supongo” un nexo común: y era nuestra afición por el modelado en cerámica y el dibujo artístico. Andaluza de nacimiento (concretamente de la Alpujarra almeriense) encontró su sitio aquí, en la Serranía, poniendo en pie un taller de cerámica con el que daba satisfacción a las muchas necesidades que había en la Comarca con respecto a ese material, y se fue haciendo “famosa”. Entrecomillo lo de famosa porque, si, cuando llegamos, ella era conocida por “María, la del maestro Isidro, hoy es el día en que a mí me conocen por “Isidro, el de la ceramista María”.
¿Cómo la describirías?
De los tesoros que uno tiene en su casa, no es conveniente hablar mucho no sea que te los roben, ya me entiendes… ¡ja, ja, ja! En realidad, y para describirla puntualmente, tendría que utilizar adjetivos que sólo me atrevería a decir a su oído. Con todo, y como digo, “obras son amores…” Aquí seguimos, juntos, llevando cada uno adelante su particular sueño y coincidiendo en la colaboración, respeto y admiración de los proyectos de cada cual. Proyectos, curiosamente, en los que no necesariamente participamos al mismo tiempo, ni llevamos a cabo juntos. Incluso, algunos, con algo de “retintín” por la otra parte…
Cuenta algunas anécdotas de tu cónyuge
Sólo contaré una que viene a redundar en lo dicho anteriormente con respecto a mi compromiso pedagógico y la actitud de ella para conmigo. Al día siguiente de casarnos, allí en Madrid, era domingo y, sin pensárnoslo y de mutuo acuerdo emprendimos un rápido viaje en autobús hasta Guizaburuaga, donde –como ya he señalado- impartía yo clases en una escuela Unitaria. No hicimos viaje especial, ni nada parecido. De la noche de novios…, directamente a la escuela, para abrirla al día siguiente, lunes, a las 9 en punto con toda normalidad y como si nada. ¿Y por qué? –me preguntarás- Pues muy sencillo, porque al ser Unitaria y estar yo solo para todas las edades y cursos no había quien me reemplazara o sustituyera. ¿Cómo iba a permitir que aquellos niños se quedaran sin clase, por mor de un asunto estrictamente personal ? Buscando un símil un tanto rural y basto me pregunto: ¿dejaría un ganadero sin comer ni beber a su ganado el día después de su boda, y siguientes, por irse de viaje de novios con su recién tomada esposa, y sin nadie que le sustituyera en su ausencia? Todavía me sigue preguntando ella… que para cuándo el viaje de novios pendiente…
¿Cuántos hijos tienes?
La collerita: Pablo y Andrea. Hijos, por cierto que han vivido de primera mano y en primera persona los avatares profesionales tanto de su padre, como míos propios. Siempre procuré que mis intereses no interfirieran en los suyos y tanto fue así que al día de hoy, no sé si hice bien: ninguno de los dos ha seguido el camino emprendido, ni por su padre, ni por su madre.
Si pudieras pasar un día con alguna persona famosa, ¿quién escogerías y qué harías durante ese tiempo con él o ella?
Ese momento y esa persona ya los viví en una ocasión. Nos hallábamos de viaje de estudios con los alumnos en La Rioja. Se trataba de una de aquellas “Escuelas viajeras” tan beneficiosas que organizaban las distintas Comunidades Autónomas para dar a conocer su patrimonio. Fue en un museíto de Mineralogía en el pueblo de Arnedo. Las explicaciones las estaba dando una muchachita de la forma rutinaria como se acostumbra. Llegado un momento de la visita apareció el creador y alma del museo: un anciano, antiguo empleado de una empresa eléctrica. ¡Su manera de explicar, su pasión por lo que contaba, su conocimiento del alma infantil, su generosidad, en fin, fueron tan impactantes que, sin apenas darme cuenta, me sorprendí a mí mismo derramando lágrimas de satisfacción y asombro. Acababa de ver “in situ” la esencia de la Pedagogía ¡y en boca de un aficionado, de un espontáneo vocacional!
¿Qué cosas te causan temor?
Sólo diré una cosa: la desidia educativa en que nos vemos imbuidos. Desidia que se concreta en la manipulación política de quienes la dirigen y legislan; en la falta de investigación y apoyo al profesorado implicado en un ímprobo esfuerzo por ponerla a punto…, en la ignominia que se causa a los niños y niñas (agentes pacientes de todo el proceso( ¿Cómo se explica que en las bibliotecas escolares no exista ninguna balda dedicada a exponer los trabajos escolares de los propios niños? ¿Qué no se promocione o, al menos, tenga en cuenta su propia producción? Sus dibujos, sus textos libres, sus trabajos investigativos… (salvo alguna rarísima excepción, potenciada en su mayoría por estúpidos concursos discriminatorios y selectivos, por cierto).
Haz un epitafio para tu tumba:
“Aquí yace uno de tantos”
Isidro, tu has trabajado muchos años por la cultura de las Serranías andaluzas en diversos campos, Etnobotánica, Fiestas populares, Leyendas, Bandoleros, Brujas… Sin embargo a nivel popular, eres más conocido ahora que sales en rutas con tu burra que antes ¿Qué explicación das a semejante realidad?
El conocimiento e investigación del patrimonio de estos territorios, ha supuesto para mí un recurso didáctico, un material esencial con el que llegar al alma, inteligencia e intereses de los alumnos con los que trabajo. Pero no se trata de algo individual, sino fruto de la aportación colectiva, tanto de ellos mismos como de sus familias y vecinos. No se trata nada más que de, en distintas fases y niveles de complejidad, hallar en lo que nos rodea la poesía, la ciencia, el arte, la armonía, la solidaridad y el conocimiento necesarios para nuestra feliz convivencia. Convivencia con los de nuestra especie y con los demás seres y elementos que compone la Naturaleza.
Dentro de esta tarea, como te decía antes e insisto ahora, hemos llevado a cabo una serie de materiales didácticos (muchos de ellos de excelente calidad: Cómo aprender química a través de la cerámica; Taller de transformaciones alimenticias; Taller de arquitectura a base de Adobes; Nuestros ecosistemas; Habla y Literatura en nuestras comarcas; Álbumes de cromos de Minerales, animales y plantas; El arte en la Naturaleza, etc. etc.) tienen el objetivo de, a partir de lo cercano, llegar bien lejos. Una metodología investigativa que prepara a los alumnos a ser pioneros en el emprendimiento y la creatividad allí donde vayan y en el campo a que se dediquen.
Sin embargo, hay un factor que me preocupa especialmente: el del asentamiento de la población en su propio territorio. El éxodo rural y la invasión de modos de vida ajenos está despoblando y aculturizando hasta límites insoportables el territorio rural en el que nos hallamos. Por eso le doy vueltas y más vueltas a una idea que me obsesiona: crear una alternativa, económicamente sostenible y satisfactoria, para la gente que aún permanece en él. Y la he encontrado en un proyecto global que afecta a todos los niveles socioeconómicos: una alternativa al Camino de Santiago, aquí en el Sur, y en torno a una idea fantástica: el Camino Romántico que transcurre por toda la cordillera Penibética, desde la Bahía de Cádiz hasta Granada, pasando por Almería, Sevilla, Jaén, Málaga, Córdoba, etc. etc. En esta ocasión se trata de retomar la filosofía romántica a partir de las antiguas -nuevas- impresiones viajeras para llegar caminando hasta la Alhambra, el nuevo santuario de la sensibilidad que nos trasmitió el mundo islámico nazarí del que somos herederos. Una experiencia sensorial en la línea del acercamiento a la sociedad islámica, de la que tan necesitados estamos hoy en día. Molinera, mi burrita, con quien hago el camino frecuentemente, lo contaría, sin duda, de forma más acertada que yo mismo.
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